POR José Inés Figueroa Vitela
Si alguien perdió algo, fue privilegios… y no fue ahora.
La elección dominical para renovar el Poder Judicial del Estado y el Federal no solo abre la posibilidad de someter a buen resguardo a los saqueadores del pueblo, aunque parezca la primera inspiración entre el grueso de ciudadanos que acudieron este domingo a las urnas.
Castigar a los servidores públicos deshonesto, incluidos los jueces que mantuvieron la justicia al servicio del mejor postor, y ese siempre fue el abusivo, violento, agresor, ladrón, despojador de terceros, eventualmente barrerá con la impunidad.
Cuando los individuos sepan que no hay delitos sin castigo, que no hay que ser iguales, porque ya en el servicio público no se trabaja para sacar beneficios personales torciendo las leyes y la administración pública, igual seguirá inhibiéndose el delito y multiplicándose la cobertura social del Estado.
Invertir el círculo vicioso que nos ató como un país “en vías de desarrollo” que por un siglo jamás llegó a la estación del progreso pleno, parejo, para todos, pasaba por necesidad sobre esta parcela.
El Poder Judicial era el último que se había quedado a la zaga, anclado en los vicios del pasado, con una mafia manoteando desde lo interno, para seguir iguales, y otro grupo delincuencial en lo externo, buscando desde esa palanca regresar a los privilegios del ejercicio torcido del poder público.
La elección ya se hizo.
La participación fue mucho mayor de lo que muchos esperaban, sin acercarse a lo que ha significado una elección constitucional ordinaria, por muchas razones, ya probadas en otras elecciones extraordinarias, azuzadas ahora por la representación de aquel grupo, enquistado en las instancias electorales.
En la Casilla que a mí me tocó votar, sí había mucha gente, de todo tipo, de todas las edades, de todos los estratos económicos y culturales, tomándose su tiempo para emitir el sufragio, aunque también vi otras donde a mi paso se vio más graneada la afluencia.
Como quiera, no supe de urnas vacías y eso es constancia de que por todos los rumbos de la geografía estatal y nacional, había ciudadanos participando, emitiendo su voto para contar con jueces, ministros y magistrados dignos, a quienes sólo mueva el derecho y no el compromiso personal o la dádiva.
¿Cuántos votaron y por quién lo hicieron? ya se irá sabiendo al paso de los cómputos que aun antojándose lentos, con el entusiasmo despertado no dudamos puedan concluir mucho antes de la fecha estimada, esta misma semana.
Si fue el 10, el 15, o el 20 por ciento de los potenciales electores, igual serán muchos, los mismos más, a los que antes jamás habían sido tomados en cuentas para decidir quienes deben administrar la justicia.
Con uno que votara, se había dicho antes, ya eso hacía la diferencia y marcaba un avance; me puedo atrever a decir que no fueron cien ni mil; serán decenas de miles, cientos de miles, tal vez, los tamaulipecos que ahora estarán atrás de cada juzgador.
Con esa fuerza van a poder sentenciar a los infractores de la ley con firmeza y decisión; por esa fuerza van a tener que actuar de manera libre e independiente, con estricto apego a las leyes, en la seguridad de que cualquier desviación será sancionada en tiempo y forma.
Y todo eso, insisto, va a abonar a los estadios de bienestar y convivencia social, a La Paz y el desarrollo de las nuevas generaciones, en ambientes armónicos, amplitud de oportunidades, equidad y justicia.
Los poderosos del pasado van seguir pensando en cómo volver a ganar dinero fácil, a partir del presupuesto y otros delitos, para sostener vidas de despilfarro y excesos, aunque en ello se ahonden las diferencias, hasta negar el derecho a proyectos de vida digna al pueblo en su conjunto.
Va a pasar mucho tiempo antes de que puedan de nuevo sorprender al colectivo, sacarle el voto y devolverles la confianza de regresar a las esferas públicas.
Por lo pronto el Poder Judicial, que ha sido el último rescoldo de los instrumentos e aquellos para delinquir impunemente, ya se les acabó.
Todos salimos ganando.