POR José Inés Figueroa Vitela
De niño, uno no entiende eso de las etiquetas, las definiciones que separan y lastiman, de la riqueza y la pobreza, y cosas por el estilo.
Bueno, al menos así pasaba cuando este sexagenario vivió sus infancias.
Con una pelota de cualquier tipo y precio, jugábamos las decenas de chamacos que pululábamos en el vecindario; cualquier lata de lámina -de leche, verduras o chiles-, con un hilo y un palito -literal-, que también abundaban, jugábamos al balero.
Paseábamos en carros de tabla, palo y baleros viejos, desechados de los talleres mecánicos cercanos, unos empujando a otros y los “juguetes automáticos”, superaban con mucho a los más sofisticados aparatos eléctricos que luego vinieron.
Con un hilo, que la madre nunca extrañaba, amarrábamos la cola de un caraballo o libélula y ahí nos traía, paseándola; fue el antecedente de los helicópteros de pilas, a control remoto, estoy seguro.
Pero la colección temporal más valiosa en nuestros haberes, era el de las mariquitas, solo disputante con la de las luciérnagas, que encontrábamos en la misma mina, más allá del traspatio, junto con las lluvias que acrecentaban el monte y por las noches nos arrullaban al canto de las ranas.
“Las mariquitas -explica la sabia wikipedia- aparecen como semiesferas, cúpulas diminutas, manchadas, redondas u ovaladas. Tienen patas cortas y antenas.
Sus puntos distintivos y colores atractivos están destinados a hacerlos poco atractivos para los depredadores. Las mariquitas pueden secretar un líquido de las articulaciones de sus patas que les da mal sabor. Es probable que su coloración sea un recordatorio para cualquier animal que haya tratado de comerse a los de su especie antes: Una mariquita amenazada puede hacerse la muerta y secretar la sustancia poco apetecible para protegerse”
Nosotros las juntábamos por bellas, coloridas, compactas, diversas; las poníamos en botes de vidrio -desecho de aquellas vendimias- y las andábamos presumiendo, hasta que nos aburrían y las liberábamos, en el mejor de los casos.
Valga toda esta extensa introducción para decir, parafraseando al inmortal Filósofo de Güémez, que una cosa es una cosa… y otra cosa, es otra cosa.
El machismo, también característico de la antigua cultura mexicana, aún persiste en algunas personas, afortunadamente cada vez menos y justamente reducidas a su condición de ignorantes y retrasados.
Fueron quienes se exhibieron condenando la sentencia del Instituto Electoral de Tamaulipas, en contra del dirigente estatal del Partido Verde Ecologista de México, MANUEL MUÑOZ CANO y en algunos casos, hasta revictimizando a la diputada JUDITH KATALYNA MÉNDEZ CEPEDA, en la ofensa que aquel le profirió.
Justificaciones tan estupidas como que”yo también le llamo niña” a tal o cual persona adulta, o si de cariño hay quienes le dicen “perro”, “chivo” o “gato” a cualquier pariente, conocido o amigo, solo siguieron evidenciando la corta cultura, sensibilidad o conciencia de sus autores.
No se puede desconocer que en ese, como en todos los casos del pasado y los que, insisto, cada vez de manera más aislada se presentan en la actualidad, los diminutivos, los adjetivos, las descalificaciones de los actores políticos, contra las actoras políticas, en un contexto de competencia, buscan anularlas, negarle sus derechos, inhibir su desarrollo y crecimiento.
El delito se configura y la agresión se magnifica, en tratándose del dirigente de un partido político quien lo comete, en contra de una protagonista de la escena pública contemporánea en franco crecimiento, con amplias proyecciones.
Esas actitudes, penalizadas como violencia política contra la mujer en razón de género, el grupo aquel de trogloditas que no han entendido que las personas somos tales, iguales en capacidades y más en derechos, sintiéndose superiores andan escandalizados por la aplicación de la ley de parte del IETAM.
Pero la actitud de la Diputada al denunciar y conseguir el ejercicio del estado de derecho, lo que ha conseguido es llamar la atención de otras víctimas, algunas, de esos que hoy reclaman y condenan, animándolas a presentar sus denuncias o desempolvar, las que por el torcido sistema jurisdiccional anterior quedaron en la impunidad.
La equidad en el nuevo Poder Judicial del Estado, desde la cúpula, con la Magistrada Presidenta TANIA CONTRERAS LÓPEZ y en los juzgados, que a mitades titulan los géneros, fueron la esperanza, desde la elección misma, de que la igualdad sustantiva finalmente aterrizará en toda la sociedad.
Que los padres paguen las pensiones de sus hijos abandonados; que los golpeadores permanezcan en la cárcel hasta que entiendan que a una mujer no se toca, menos a una hija o hijo; que se privilegien los intereses de las más vulnerables.
Por ellos no… ellos ya abusaron por mucho tiempo y así de fuertes como se definen, “que aguanten vara”.
No son mariquitas para ponerlos en el aparador o andarlos presumiendo.
¿O sí?
De una vez que se definan.
